El peso de quererlo todo
- The M Man

- hace 22 horas
- 2 Min. de lectura

¿Alguna vez has sentido que quieres hacerlo todo… y aun así no haces nada?
Esa mezcla extraña entre emoción y cansancio, entre ganas de empezar una vida nueva y el impulso silencioso de quedarte quieto mirando el techo. Ese momento donde el deseo pesa más que la acción.
Hay días así. Días donde el corazón quiere correr, pero el cuerpo no encuentra el ritmo.
Donde imaginas ciudades nuevas, decisiones grandes, proyectos que te podrían transformar…y al mismo tiempo sientes una melancolía suave, casi familiar, que te dice que tal vez no hoy.
Y no eres el único. Hay más personas de las que crees viviendo en ese punto medio:con una parte de ellos lista para saltary otra parte todavía aprendiendo a respirar.
La pregunta es:¿cómo se vive esa fase sin romperse?, ¿Cómo se sostiene el deseo sin forzar el movimiento?
Quizá la respuesta no está en elegir entre avanzar o quedarse, si no en aprender a habitar ese intermedio.
A veces la solución es tan simple como permitir pequeñas cosas:un paseo sin prisa, un café caliente, una página escrita sin intención de terminar nada.
Pequeños rituales que no te empujan, pero tampoco te estancan. Momentos que aclaran la mente sin pedirle velocidad.
Porque esta fase, esta pausa rara donde quieres todo y haces poco, también tiene un propósito.
Te obliga a sentir, a escucharte, a descubrir qué deseo es real y qué deseo es ruido.
Te prepara, aunque no lo notes.
Y lentamente, sin dramatismos, algo pasa: una mañana despiertas con un poco más de claridad,un paso que das sin pensarlo, una decisión pequeña que abre una puerta.
No es que la melancolía desaparezca: aprende a caminar contigo. Se vuelve una especie de brújula silenciosa, una compañía que te recuerda que no necesitas tenerlo todo resuelto para empezar a moverte.
Tal vez la clave esté ahí: en disfrutar la suavidad de esta fase y en dejar que el movimiento llegue cuando esté listo. No antes.
No por obligación. Si no cuando algo dentro de ti, sin ruido, sin urgencia, por fin diga: ahora sí.
Y cuando eso pase, avanzas. No porque escapaste de la melancolía, si no porque aprendiste a transformar ese peso en dirección.







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